Abstract

En El esclavo del demonio, Mira de Amescua recupera el tema medieval del pacto con el diablo y el ideario educativo de los tratados humanistas para ofrecer una enseñanza moral en línea con los preceptos del Concilio de Trento. La rebelión de Lisarda es un acto transgresivo, merecedor de la maldición paterna, a la luz de los manuales sobre la conducta de la mujer (por ejemplo, los de Vives y Luján). Las alusiones diseminadas en el texto relacionan el pecado de don Gil a la caída de Luzbel y la confusión de Babel. En este contexto la «escala» adquiere un valor emblemático como inversión profanadora de la «escala mística». La recuperación espectacular del pacto demoniaco y la batalla de los ángeles materializa la idea de la posible salvación del pecador que, al descartar las creencias erróneas en la predestinación, colabore con la gracia de Dios.

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