Abstract

Las sociedades no se alimentan solamente de lo que se produce en los espacios que habitan, sino de aquellos productos que deciden comer. A través de la práctica diaria de cocinar, comer y beber, puede configurarse una categorización de diferenciación de clase según lo que se consuma, y así establecer una legitimización del poder político. En la relación mediada por la imposición cultural de lo europeo y por los actos de resistencia e hibridación en América Latina, podemos apreciar transiciones y transformaciones en las dietas y el gusto o preferencia por algunos productos, que estuvieron relacionados no sólo con la imposición cultural sino también con el descubrimiento de nuevas posibilidades, dinámicas comerciales y prácticas en la relación con el ecosistema. Las prácticas alimenticias fueron un escenario para establecer diferencias porque determinaban la posición ante los otros e indicaban la pertenencia a una comunidad, pues su consumo en determinados acontecimientos permitía identificar a un grupo social o étnico. La gran diversidad de la cocina latinoamericana pone en evidencia las fusiones, apropiaciones y adaptaciones que devienen de la representación del cuerpo a partir de lo que se come, cómo se come y cuándo se come. Muchos de sus platos representativos son una metáfora de su configuración cultural.

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