De acuerdo con los estudios existentes, al analizar y comprender el com- portamiento del consumidor, el materialismo ha adquirido una enorme estatura intelectual y académica cuando se trata de interpretar la comple- jidad de las culturas contemporáneas en las que la humanidad se debate actualmente (Páramo, 2010).Las diferentes acepciones que existen respecto al concepto de materialismo confluyen casi todas en la relación entre las personas y las posesiones. Así, Belk (1984) define el materialismo como la importancia que un consumidor le da a las posesiones, y enfatiza en cómo, en los más altos niveles, estas asumen un lugar central en la vida de los individuos, de manera que se cree que ellas proveen las más grandes fuentes de satisfacción o insatisfacción.Para Belk, el materialismo implica tres dimensiones de segundo orden que le dan razón a su existencia: a) la posesión, b) la no generosidad, y c) la envidia. Por su parte, Richins y Dawson (1992) conciben el materialismo como una programación mental y un sistema cultural que contribuye a la estructuración de una cultura de consumo, mientras que el Diccionario Inglés de Oxford (1990) lo describe como “una tendencia a preferir posesiones materiales y confort físico respecto a los valores espirituales”.viiiA la luz de las diferentes aproximaciones hechas desde distintas disciplinas sociales en las cuales se ha pretendido ver al materialismo como un “rasgo”, una “actitud” o un “valor”, puede afirmarse que, dada la esencia de su concepción, el materialismo puede concebirse como un sistema de valores incrustados en cada sociedad de manera diferente (Mannion y Brannick, 1995). Verlo como una actitud, y entender por ella una predisposición aprendida para responder a un objeto o una clase de objetos, o como un rasgo personal referido a una característica individual, sería reducir demasiado la complejidad que el materialismo comporta en sí mismo.Ha de entenderse, en este sentido, que el materialismo también comprende la forma en la que las personas se conducen y distribuyen sus recursos en ciertas situaciones, así como que no es un asunto individual, sino que este se halla inmerso en una cultura dada y, en tanto tal, su influencia obedece a patrones culturalmente aceptados. Se sugiere que los valores materiales están asociados con una baja autoestima, una clara insatisfacción con la vida y con un insaciable deseo por obtener un ingreso mayor. Así, las posesiones materiales a menudo sirven como sustitutos de las inadecuadas o insatisfac- torias relaciones interpersonales (Rindfleisch et al., 1997).A partir de dimensionar con mayor precisión el concepto de materialismo y sus principales características, es importante entender que, a pesar de las ácidas críticas recibidas por religiosos y algunos científicos sociales, las posesiones tienen una positiva influencia en la vida de las personas. Al respecto se ha hecho una perfecta diferenciación entre dos formas de materialismo basados en los propósitos del consumo. Cuando los objetos actúan como medios esenciales para descubrir y alcanzar más adelante valores personales y metas de vida, el materialismo es potencialmente menos peligroso y se denomina “instrumental”, mientras que cuando el consumo posterior no logra una meta más allá de la posesión misma, el materialismo es visto como algo más peligroso y se conoce como “terminal” (Richins y Dawson, 1992).Con el materialismo terminal las personas utilizan las posesiones para ge- nerar envidia y admiración de otros o alcanzar estatus, lo cual lo hace más peligroso por cuanto lo importante no es la adquisición misma, sino lo que ella produce; esto se utiliza con bastante frecuencia desde el marketing y el fenómeno de consumo que debe comprender y atender.ixAsí, en el materialismo la adquisición puede percibirse como lo central, como búsqueda de la felicidad o una expresión de éxito (Belk, 1987).
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