Abstract

A mediados de la década de 1960, Maurice Blanchot, impulsado por los ánimos revolucionarios de la intelectualidad que devino en el Mayo francés de 1968, propone una clasificación de la escritura fragmentaría en cuatro categorías partiendo de la idea de que hay un todo universal ya existente y que la literatura en sí, constituye el último de los pasos para nombrar a ese todo. El autor, por lo tanto, no es dueño de lo que escribe sino solo un intermediario. Blanchot define a la escritura fragmentaria como totalizante e irreductible al mismo tiempo, un nuevo orden de literatura que coloca al lector al mismo nivel que el autor en el proceso creativo. Pese a lo innovador que parecieron sus propuestas en su momento, ya eran, desde tiempo atrás, una forma de escritura cotidiana e inherente para el argentino Macedonio Fernández. Se observa en textos como: No toda es vigila la de los ojos abiertos o Papeles de recienvenido y su obra postuma: Museo de la novela de la Eterna, Epistolario o Cuadernos de todo y nada. En el presente estudio estableceremos una relación entre las tesis de Blanchot sobre escritura fragmentaria y la compilación Cuadernos de todo y nada de Fernández, que materializó los ideales de Blanchot con gran antelación. Demostraremos que Cuadernos de todo y nada no solo premoniza la vanguardia de lo fragmentario en la literatura, sino que propone su propia poética.

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