Abstract

A pesar de su aspiración por inscribirse dentro de una tradición poética de ascendencia moderna (romántica), la poesía de Luis Hernández revela una tensión interna producto de la fragmentación del sujeto posmoderno. El presente ensayo analiza el empleo de la parodia en la poesía de Luis Hernández como una estrategia discursiva que ejecuta un doble juego diseminador: por un lado, desmitifica las convenciones vigentes en su época acerca de la poesía (y la palabra) como un arte sublime y acerca del autor como reducto último del significado; y, por otro lado, abre el campo de sentido para incorporar referentes culturales e intertextuales que disuelven, en la praxis poética, la división entre alta cultura y cultura de masas.

Highlights

  • La poesía de Luis Hernández exhibe una singular mezcla de simpleza, humor y melancolía que vuelve sencilla su lectura

  • El presente artículo se propone estudiar y poner en evidencia de qué manera Hernández emplea la parodia como recurso para desmitificar las concepciones legitimadas por la tradición y los discursos de autoridad, descolocándolas y sustituyéndolas por un proyecto que responda, por sus características, a la estética de una nueva época

  • Considero que la parodia cumple un rol protagónico en su poesía, pues sirve tanto para desmantelar valoraciones consagradas como legítimas e incontestables como para la elaboración de sus propios poemas

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Summary

Iconoclasia y desmitificación

En una entrevista concedida al periodista Alex Zisman, publicada en el diario Correo el 5 de junio de 1975 y recogida posteriormente en Vox Horrísona, Hernández manifiesta que, para él, la escritura es un ejercicio cotidiano, una actitud de vida sin mayor pretensión que la simpleza de esbozar con tinta de color sobre un papel, porque la poesía “es lo único que contesta, lo único que hace que sufra menos”. Esto último se advierte con claridad en otro poema, “Crítica Literaria” (66), en el cual Hernández nuevamente acude al empleo de la parodia esta vez para poner en entredicho ya no solo la (in)validez “natural” de la tradición, sino también de uno de sus más celosos custodios: la crítica. Para Hernández el poema es un artefacto cotidiano que no está más allá de la vida, sino que es parte de ella: el arte (y la belleza, representada por la poesía) debe ser su reflejo continuo, incorporado a la cotidianeidad del autor, y no una elucubración hueca que termina por volverse improductiva: un objeto inerte incapaz de ser re-creado en colaboración con el lector. Por ello le resulta inalienable una poesía que parta de la experiencia vital del poeta y no de la vacua mecanicidad del molde críptico y conceptual del desarraigo entre palabra y realidad, como lo hace el modelo poético contra el cual atenta

La construcción del objeto poesía
La incorporación de la cotidianeidad
Conclusiones
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