Abstract

El presente artículo parte de la siguiente hipótesis: en las reflexiones sobre la emancipación de Jacques Rancière, los modos de aparecer de los movimientos sociales no tienen un carácter sociológico agregado, sino que en ellos se juega la creación de su escena de apariencia. En la medida en que para Rancière las relaciones entre el arte y la política no se fundan en sus contenidos sino en los modos mismos de su efectuación, su configuración no pasa sólo por las formas discursivas, sino que las imágenes también son fundamentales en la creación de los mundos sensibles contra la puesta en escena del discurso dominante. Partiendo de esta hipótesis, este artículo tiene por objetivo sostener que en el pensamiento de Rancière existe una ‘metodología de los bordes’ que resulta fecunda para explorar el poder ambivalente de las imágenes en los usos geopolíticos para producir territorio, trazar líneas de reparto y visibilidad. Desde esta perspectiva, atenderemos al doble sentido que adquiere la noción de frontera: al tiempo que es un espacio en el que se establece un límite, es también el lugar donde se juega su ruptura; no se trata sólo de una línea que separa, pues es siempre un intersticio, un lugar de flujo y deseo, y de ahí su fragilidad.

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