Abstract

Si la ‘vivencia’ transita en el circuito que vincula realidad, reflexión y comprensión, podríamos sostener un hilo conductor, a propósito de lo que encarna la educación literaria (Colomer, 2010), desde cuestiones vitales como a la vida cotidiana, las experiencias y vivencias personales que hacen posible habitar los espacios de la lectura y escritura creativas del aula. Esta apuesta política y educativa no es otra cosa que privilegiar las ontologías del juego, los intercambios poéticos, la curiosidad, la exploración de sí mismo, del otro y del mundo; es mantener vivo el sueño de libertad y aprender a tejer con lo inesperado (cf. Petit, 2010).

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