Abstract

El reconocimiento de que la superficie de las esculturas ibéricas estaba pintada se remonta a finales del siglo XIX, pero la mala o nula conservación de los pigmentos y el aprecio histórico de las superficies blancas, llevó a valorarlas casi exclusivamente por la calidad de su talla. Lo cierto es que una parte importante de la expresividad de las figuras se manifestaba a través del color y los diseños pintados, así como a través de la labra. Ignorar este hecho ha llevado a errores, incluso en la identificación de las piezas. Es el caso del león de Elche, considerado tradicionalmente una leona debido a la aparente ausencia de la melena que caracteriza a los animales machos. Sin embargo, la aplicación de filtros fotográficos y el estudio en detalle de su superficie, ha permitido reconocer que los mechones de pelo fueron dibujados con pigmento rojo, variando su diseño en la cabeza y el cuello. La constatación de este hecho concreta la personalidad del “carnívoro”, una representación a menudo indefinida en la iconografía ibérica.

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