Abstract

La Iglesia de América Latina y el Caribe recibe del Concilio Vaticano II una fuerza crítica y profética, que se evidencia en la Segunda Conferencia del Episcopado, reunida en Medellín, en 1968. A partir de la originalidad propia de nuestra amerindia, este Concilio se asume, integra y traduce para vivir su inspiración y derroteros fundamentales. La iglesia de la que somos testigos hoy, 50 años después de Medellín, se ha entretejido desde allí. Prueba fehaciente de ello, en este continente, son aquellas comunidades que testimonian a una iglesia liberadora y misericordiosa, nazarena y samaritana, una iglesia que es pueblo de Dios y de los pobres, una iglesia comunitaria de comunidades y, siempre, en salida. Comunidades que han trabajado en aras de la paz, la justicia y la dignidad de todos; en una búsqueda y respuesta real de organización, de lucha ante la opresión y explotación de cualquier orden.

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