Abstract
El presente artículo evalúa la falacia de la estabilización de precios, estabilidad que anhelan las autoridades monetarias, quienes desean mantener el monopolio estatal de la emisión primaria. Los daños causados por la intervención estatal en los asuntos monetarios y los nefastos efectos causados por aquellas políticas monetarias que pretenden reducir la tasa de interés e incrementar la actividad del mercado mediante la expansión monetaria inorgánica generaron en la población el deseo de “estabilización”. Se comprende la aparición de esta errónea idea y el atractivo que encierra para la gente al considerar las arbitrariedades padecidas por la moneda y el crédito. Los precios de mercado son hechos históricos, resultado de una constelación de circunstancias registradas en cierto momento del irreversible proceso histórico. En el campo económico, el concepto de medición tiene poco sentido. En el mundo real de incesante cambio no hay puntos, objetos, cualidades o relaciones fijas que permitan medir las variaciones ocurridas. El funcionamiento del cálculo económico solo necesita de un sistema monetario inmune a la ingerencia estatal. Cuando el BCR incrementa la cantidad de dinero para ampliar la capacidad adquisitiva del gobierno o bajar temporalmente la tasa de interés, desarticulan todas las relaciones monetarias y perturban el cálculo económico. El objetivo que persigue una sana política monetaria es impedir al gobernante hacer inflación e inducir la expansión crediticia de la banca privada. La idea de estabilizar el poder adquisitivo del dinero la generó el deseo de crear un mundo inmune al incesante fluir de las cosas de la gente, un mundo ajeno al continuo devenir histórico. Las rentas destinadas a atender perpetuamente las necesidades de fundaciones religiosas o instituciones de caridad; se reflejaron en esos terrenos, más tarde establecieron anualidades monetarias. Los donantes y beneficiarios suponían que las rentas representadas por una cierta cantidad de dinero no pueden ser afectadas por los cambios económicos; sin embargo, tales esperanzas resultaron fallidas. Las sucesivas generaciones pudieron comprobar cómo fracasaban los planes más cuidadosamente trazados por los difuntos empresarios. Golpeadas por dicha experiencia, la gente comenzó a razonar en torno a si habría alguna fórmula que permitiera alcanzar tan deseados objetivos. Por ello, los economistas se lanzaron a especular en torno a las variaciones del poder adquisitivo del dinero, pretendiendo hallar fórmulas que permitieran eliminar esas variaciones.
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