Abstract
El control que los Estados ejercen sobre sus fronteras para evitar la entrada de inmigrantes representa un importante desafío normativo para una comprensión de la justicia de alcance global. Contraviniendo la tendencia dominante que ha conducido a la fortificación de las fronteras mediante muros y vallas, en este artículo se propone una forma alternativa de concebirlas que permita el movimiento fluido de las personas y evite la reproducción de las desigualdades globales. Con el objetivo de poner fin o, al menos, amortiguar los sufrimientos generados por esta forma persistente de injusticia estructural, se presenta aquí un escenario en el que los Estados pongan en común su autoridad y sus recursos para reconfigurar el sistema económico mundial y compensar a las víctimas de la lotería por haber nacido en el lado equivocado de la frontera.
Highlights
Las fronteras que parcelan políticamente la superficie del planeta son algo más que trazos de tinta sobre un mapa: pueden ser descritas también como el rastro que la historia va dejando en la geografía o, introduciendo un matiz aflictivo, como las «cicatrices» que la historia ha ido grabando sobre la piel de la Tierra
Las fronteras no son estrictamente necesarias, pero eso no significa que no resulten extremadamente funcionales
Aunque migrar constituya uno de los pocos recursos disponibles que los más desfavorecidos tienen en sus propias manos para la mejora de sus condiciones de vida (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo 2009), es una cuestión ciertamente disputada si la apertura de las fronteras de los países más ricos, que permita la entrada de migrantes procedentes de los países pobres, es o no un mecanismo idóneo para la consecución de la justicia distributiva global (Cassee 2016: 187-198)
Summary
Es una opinión ampliamente extendida que la intensificación en los últimos años de las migraciones internacionales responde, en gran medida, a los desequilibrios sociales, económicos y demográficos entre las distintas partes del planeta, unas asimetrías que se habrían agravado con el avance de la globalización. Pese a la intensidad de los procesos de globalización experimentados en las últimas tres décadas y de la creciente integración de países y economías, las migraciones internacionales se mantienen en unas magnitudes relativamente moderadas: un 3’5 % de la población mundial vive en un país diferente de aquel en que nació, unos 272 millones de personas (United Nations Department of Economic and Social Affairs 2019). Aunque solamente fuera por ello, el estudio de las migraciones se torna sumamente relevante para rehacer, en el escenario contemporáneo de la globalización, una teoría comprensiva de la justicia social que dé cuenta de las diversas formas de discriminación y estratificación a escala global. Toma así fundamento la sospecha de que, en el contexto de las migraciones internacionales, las fronteras se erigen como dispositivos de reproducción de las desigualdades globales que limitan las oportunidades vitales de los individuos
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