Abstract

Desde inicios de la década de los ochenta, el modelo de desarrollo económico abierto y globalizado mexicano ha generado resultados paradójicos. En el lado positivo está la posición privilegiada de México entre las principales economías del mundo, pues se convirtió en el decimotercer mayor exportador y el decimosegundo importador mundial; de manera simultánea, fue un receptor privilegiado de inversión extranjera directa. Estos resultados positivos contrastan con el mediocre desempeño en términos de crecimiento, lo cual ha llevado a mayores niveles de desempleo, informalidad y pobreza.
 En este trabajo se argumenta que estos resultados paradójicos responden al desequilibrio estructural generado por la orientación de la producción para la exportación basada en cadenas globales de valor, las cuales no se han transmutado en una fuerza significativa para consolidar un sector industrial integrado de encadenamientos hacia adelante y hacia atrás entre el capital extranjero y el nacional. Los flujos de comercio e inversión que se han consolidado con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no han estimulado el ciclo económico mexicano, debido a deficiencias estructurales cuando se reduce el valor agregado producido por el capital local y se establece un suministro inelástico de insumos importados. El modelo liderado por las exportaciones se ha convertido en un factor que limita la capacidad para consolidar un mercado interno fuerte y dinámico.

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