Abstract

La presidencia de Enrique Peña Nieto pretendió dar un giro de 180 grados al hecho fundamental que había marcado al gobierno anterior, la guerra en contra del crimen organizado. Para ello, decidió concentrarse en lo que llamó las reformas económicas estructurales, lo que significaba extender el modelo implementado desde los años ochenta, y que había seguido imperturbable durante los siguientes cuatro sexenios. Ello, a pesar de que durante los últimos treinta años el desempeño de la economía mexicana, así como sus efectos socioeconómicos, han sido muy decepcionantes. Esto es aún más claro si tomamos en cuenta las excepcionales condiciones en las que se desarrolló la economía internacional entre el año 2000 y 2014, en lo que se ha conocido como el superciclo de las commodities, caracterizado por un crecimiento acelerado de China, que estimuló enormemente la demanda y el precio de las materias primas, así como por la expansión de los recursos financieros provenientes de Estados Unidos, que llevó a la mayoría de los países de Latinoamérica a crecer de manera más acelerada y, sobre todo, a hacerlo al tiempo que disminuían la pobreza y la desigualdad. En contraste, México no logró aprovechar las muy favorables condiciones económicas internacionales para mejorar la situación socioeconómica de su población.

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