Abstract

Desde 1788, una singular coyuntura histórica –las revoluciones norteamericana y francesa, la difusión de la obra de A. Smith, la guerra de Independencia, la crisis colonial…−, creaba la oportunidad de alumbrar un estado liberal. En las Cortes de Cádiz, el sujeto colectivo, encarnado en la soberanía nacional, tomaba el relevo del “rey filósofo” como agente de las reformas. La “utopía liberal” llegará a hacer creer a los parlamentarios gaditanos que el cambio institucional sería condición necesaria y suficiente para restaurar la economía. No será así. La legislación liberal, al marginar el mundo rural y los intereses industriales, nacía sin los apoyos sociales y económicos capaces de garantizar su consolidación.

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