Abstract
Frontera» y «muro» son utilizados a veces como términos intercambiables, aunque en realidad sus significados divergen: el primero tiene por objeto regular los tránsitos y los intercambios, por lo que, a diferencia del muro, no es en sí mismo un dispositivo obstructivo. En el contexto de las actuales políticas restrictivas en materia migratoria, resulta crucial desnaturalizar la retórica hegemónica acerca de la necesidad de fortificar las fronteras, mostrando su ineficacia, sus costes y su carácter violento. En este artículo se formula la propuesta de «fronteras abiertas» con el objetivo de, por un lado, superar la visión un tanto quimérica de un «mundo sin fronteras» y, por otro, establecer las bases para un régimen migratorio solidario que respete los valores básicos de las sociedades democráticas.
Highlights
«Border» and «wall» are sometimes used as interchangeable terms, their meanings diverge
Más allá de que los afanes por cerrar las fronteras no sean más que una mera ilusión y una propuesta desmentida a diario por la realidad de la migración irregular masiva, numerosos estudiosos han destacado el problemático estatus normativo de unos límites territoriales que no sólo son históricamente contingentes, sino que con frecuencia son el resultado de graves injusticias y arbitrariedades, tales como conquistas, colonizaciones, cesiones sin consentimiento o compras ilegales de territorios (Foucher 2012)
Recuperado de http://www.madrimasd.org/blogs/migraciones/2019/09/17/132793 Vallet, Élisabeth y Charles-Ph. David
Summary
Hasta hace no tanto se podía pensar, quizás ingenuamente, que, con los procesos de globalización en marcha, las fronteras políticas estarían condenadas a la irrelevancia. 2 Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín muchos entendieron que esa posibilidad estaba más cerca de convertirse en realidad. Los incontables cruces de fronteras o las estancias ilegales en Estados Unidos o en la Unión Europea que se registran cada año no son sino fehacientes muestras de la ineficacia de tales políticas: “Desde una perspectiva global, lo único que han hecho las verjas ha sido desplazar los problemas hacia otro sitio” (Frye 2019: 300). En pocos otros terrenos de lo social la lógica particularista desplegada por los Estados territoriales soberanos resulta tan implacable: “Da igual que sea grande o pequeño, todo Estado se acaba reduciendo siempre a la misma idea básica: la soberanía territorial, es decir, la capacidad de actuar dentro de las propias fronteras tal y como desean los habitantes de esas fronteras y no al dictado de terceros” (Bauman 2017: 66). Y esos actos no afectan a todo el mundo por igual
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