Abstract
Se ha señalado muchas veces la vinculación esencial del barroco con la experiencia de la extrañeza y con la admiración o asombro que le son propios. La misma palabra «barroco» significa «extraño» (Spitzer, 1980: 311) y frecuentemente se dice que el arte barroco se define por la «estética de la extrañeza» (Paz, 1982: 85) o que la admiración es uno de sus principios fundamentales (Riley, 1963: 173). Pero la admiración o asombro, y la extrañeza, constituyen actitudes o experiencias definitorias de la misma filosofía. Quizás habría que pensar el barroco –más que la ilustración– como la época propiamente filosófica. O que esa esencia filosófica del barroco podría ser también una esencia barroca de la filosofía. Las siguientes páginas quisieran explorar esa hipótesis en referencia al modo en que el thaumazein filosófico está presente en dos importantes momentos barrocos: en el desengaño, omnipresente en la cultura barroca del XVII, y en «lo real maravilloso» sugerido por el neobarroco.
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