Abstract

El ermitaño constituyó un tema tópico en los discursos visuales de la pintura de los literatos. Este nuevo género de arte surgido a partir del siglo XI destaca por ser un espacio artístico de expresión de sensaciones e ideas personales en el que dar libre curso a las emociones. El anacoreta se convirtió asimismo en un «símbolo» que transmite las virtudes y las aspiraciones del mismo artista. No obstante, existe cierta diferencia entre la imagen idealizada y la imagen real del artista. Este embellecimiento de la imagen no responde a una deliberada malicia del artista, sino que es el resultado del encuentro de varios factores. Este trabajo propone inquirir los motivos de la construcción de la identidad idealizada del artista en las pinturas del siglo XVII mediante el análisis de dos cuadros de Shi Tao con el tema de la contemplación de las flores amarillas.   

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