Con base en la revisión de algunos estudios recientes que se han llevado a cabo en diversas comunidades rurales de las nuevas regiones migratorias, en este artículo se revisan, de manera crítica, dos interpretaciones de los estudios sobre la familia rural: la economía campesina como unidad de producción-consumo y el ciclo de desarrollo de la unidad doméstica. En las condiciones actuales la migración, interna e internacional, desempeña un papel decisivo en las comunidades rurales. Muchos estudios han constatado la voluntad de las mujeres de salir de los grupos domésticos y sumarse a los flujos migratorios por motivos particulares, por situaciones y demandas específicas de ellas; su salida ha contribuido al resquebrajamiento de los sistemas tradicionales de organización y reproducción de la familia campesina.Las feministas, y más tarde los estudios con la perspectiva de género, criticaron la visión de que las familias rurales constituían unidades de producción-consumo donde las decisiones correspondían a un modelo de estrategias familiares de sobrevivencia y reproducción (Hondagneu-Sotelo, 2007; Wolf, 1990). Ese modelo privilegiaba la homogeneidad, la colectividad, la solidaridad y el consenso, es decir, suponía que en los hogares no había conflictos ni tensiones a la hora de tomar decisiones que a todos comprometían (Ariza, 2007). La familia era una “unidad económica moral” que se sustentaba en los principios de “reciprocidad, consenso y altruismo” (Grasmuck y Pessar, 1991).Los estudios desde el enfoque de género señalaron que en las familias había relaciones de poder basadas en una distribución jerárquica y desigual de los derechos, recursos y autoridad que afectaban especialmente a las mujeres (Ariza, 2007; González Montes, 2002; Hondagneu-Sotelo, 2007; Wolf, 1990). Las críticas alcanzaron a los estudios migratorios: la migración no era un fenómeno exclusivamente de los hombres, las migrantes no eran apéndices de la migración masculina y sus desplazamientos podían tener motivaciones particulares (Ariza, 2007; Hondagneu-Sotelo, 2007). AbstractBased on a review of recent studies conducted in various rural communities in the new migration regions, this article critically reviews two interpretations of rural family studies: the peasant economy as a production-consumption unit and the household development cycle. In the current conditions, internal and international migration play a key role in rural communities. Many studies have shown the willingness of women to leave home and join migratory flows for personal reasons, or due to specific situations and demands. Their departure has contributed to the breakdown of the traditional systems of organization and reproduction of the peasant family.Feminists, and subsequently studies with a gender perspective, criticized the view that rural families were production-consumption units where decisions corresponded to a model of family strategies for survival and reproduction (Hondagneu-Sotelo, 2007; Wolf , 1990). That model favored homogeneity, collectivity, solidarity and consensus, in other words, it assumed that households had no conflicts or tensions when it came to making decisions that involved everyone (Ariza, 2007). The family was a “moral economic unit” based on theprinciples of “reciprocity, consensus and altruism” (Grasmuck and Pessar, 1991).Studies from a gender perspective pointed out that there were power relations infamilies based on a hierarchical, unequal distribution of rights, resources and authority that particularly affected women (Ariza, 2007; González Montes, 2002; Hondagneu-Sotelo, 2007; Wolf, 1990). This criticism reached migration studies: migration was not an exclusively male phenomenon; women migrants were not appendages of male migration and their displacement could be based on personal motivation (Ariza, 2007; Hondagneu-Sotelo, 2007).