Después de tres centurias de revolución comercial y progreso manufacturero durante la anomalía climática medieval, el Mediterráneo experimentó un período de carestía alimentaria, intensificación bélica y virulentos brotes de peste durante el siglo XIV, coincidiendo con el mínimo de Wolf de irradiación solar. Su efecto combinado hizo caer la población, la producción agraria e industrial, el comercio, la renta de la tierra y los ingresos fiscales, y aumentar los rendimientos agrarios, los salarios, el endeudamiento señorial y los conflictos distributivos. Pese a las pronunciadas perturbaciones, Barcelona y su hinterland, el Principado de Cataluña, siguieron creciendo y desarrollando su capacidad industrial hasta inicios del Cuatrocientos, mientras se ensayaban nuevas vías de intervención gubernamental: reformas tributarias, devaluaciones, proteccionismo y banca pública. Por el contrario, durante la mayor parte del siglo XV, Cataluña experimentó una inequívoca gran depresión, coincidiendo con otro mínimo de irradiación solar, el de Spörer. Los costes de la aventura imperialista napolitana ahondaron la brecha social e institucional. La reacción de la nobleza catalana y la intransigencia de la oligarquía barcelonesa ante las propuestas reformistas acabaron en guerra total, con consecuencias duraderas para el desarrollo a largo plazo. Barcelona, que había seguido la estela de Venecia, Génova y Florencia con relativo éxito, quedó rezagada durante 1462-1516. Aunque el nivel de vida de algunas fracciones del campesinado pudiera mejorar a finales del siglo xv y algunos comerciantes hacer negocio con azúcar y esclavos en el Atlántico, no compensaron los costes del declive comercial en el Mediterráneo y la pérdida de mercados para las manufacturas catalanas.
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