Abstract

Este ensayo trata básicamente de la transformación teórica de la historiografía. Versa sobre los cambios ocurridos a partir de 1960 en la autocomprensión de la historia académica sobre sí misma. Al aparecer su libro Metahistory en 1973, puede decirse que el medio de la historiografía no estaba preparado para recibirlo. Su discusión se traspasó sobre todo al campo de la teoría y crítica literaria. Solo a partir de su traducción a otros idiomas, hacia 1990 su obra comenzó discutirse y a ser tomada en serio por los historiadores. En particular su discusión se concentró en saber si White aceptaba o no que el discurso de los historiadores, además de su forma literaria, era capaz de referir el pasado, tal como se había postulado desde los orígenes de la historia científico-académica en el siglo XIX.
 Más bien, en este escrito se intenta sostener que el interés mayor de White en su crítica al establishment historiográfico se dirige a poner de manifiesto la unidad que subyace a las oposiciones clásicas sobre las que se constituyó la identidad de la historiografía: entre historia y literatura, historia y filosofía, historia y ciencia, ficción y realidad, teoría y empiria, etcétera. En particular se intenta observar dos puntos en los que White argumenta a favor de dicha intersección: entre filosofía e historia, por un lado, y entre historia y literatura, por el otro. Una de las consecuencias de este “des-ocultamiento” consiste en mostrar que la historiografía moderna (un discurso que “simula” unir el pasado, lo ausente, con lo actual, lo presente) es una actividad fundamentalmente metahistórica. Por eso en nos detendremos en examinar el contenido de la forma conceptual “metahistoria” para develar lo que el historiador produce cuando escribe historia. Siendo así, la cuestión consistirá en centrar la atención en algunos “detalles” para observar su relevancia en la comprensión de la temporalidad asistida por dos estrategias discursivas: la literaria y la historiográfica.
 De manera que para “entender” a White hace falta situar sus reflexiones, no en uno de los polos enemistados, sino en un lugar intermedio (entre los extremos); como un preámbulo para el diseño de un espacio transdisciplinario (ni solo historiográfico ni solo literario, ni solo histórico ni solo filosófico), y así poder imaginar una plausible reconceptualización de la historiografía tras la crisis del historicismo decimonónico. Se habla entonces de “regresar” a White para calibrar una de las posibilidades pensables para el futuro de la historiografía.

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