Abstract

La obra de Mariana Docampo se ha ido desplegando desde un primer volumen de cuentos, Al borde del tapiz (2001), hasta su más reciente novela, V (2017), siguiendo una trayectoria que sigue el punteo de ciertas obsesiones. Como los pasos del tango que ella tan bien domina, sus textos hacen un dibujo que adquiere volúmenes en el espacio. Esas derivas hacen visible una cartografía queer, o lo que Elisabeth Freeman denomina una “erotocartografía”. Parte del extrañamiento que producen sus textos, en los que se cruzan desconcertantes preocupaciones por los devenires científicos contemporáneos con sus posibles conexiones cosmogónicas y religiosas, puede tener que ver con una mirada infanceada, una que deforma y desrealiza lo narrado, no tanto a partir del papel (des)configurador de la rememoración, sino de aquello torcido que puede estar radicado en la infancia.

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