Abstract

Este libro analiza la manera en que los movimientos indígenas utilizaron el pasado como un arma de movilización política en Bolivia. Esta arma permitió a las organizaciones indígenas y campesinas rescribir la historia oficial y desarrollar una narrativa paralela a la ofrecida por las instituciones educativas, antes monopolizadas por elites criollas y mestizas. Concentrado en el estudio de tres organizaciones: la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia (CSUTCB), el Taller de Historia Oral Andina (THOA) y el Consejo Nacional de Markas y Ayllus (CONAMAQ), Dangl explora el rol que activistas intelectuales aymaras jugaron en el interior de cada de estas organizaciones para rescatar el pasado indígena, lo cual les permitió consolidar y legitimar el sentido de su lucha política en el presente.Se trata de un libro muy bien escrito que, en definitiva, asignaría a mis estudiantes. De una manera ágil, introduce a un lector poco conocedor de Bolivia en las complejas luchas de la política contemporánea. Éste no es el primer trabajo sobre el tema. Los volúmenes clásicos de Silvia Rivera, Oprimidos pero no vencidos (traducido al inglés en 1987), y de Javier Hurtado, El Katarismo, rescataron la trayectoria de la corriente indigenista del katarismo en el seno de la CSUTCB. Por su parte, el trabajo de Raquel Gutiérrez, Los ritmos del Pachakuti (traducido al inglés en 2014), subrayó la importancia de la conciencia histórica indígena en la formación del movimiento político aymara. El trabajo más importante sobre el THOA fue el de Marcia Stephenson, “Forging an Indigenous Counterpublic Sphere”, que mostró cómo este grupo de académicos aymaras fue capaz de formular una esfera pública alternativa a la esfera oficial.La contribución de Dangl, basada en más de cuarenta entrevistas en profundidad, consiste en rescatar los aportes ideológicos de cada una de estas organizaciones y transmitir las estrategias concretas que utilizaron estos intelectuales para recuperar la memoria indígena en las comunidades, además del impacto psicológico que tuvo este trabajo de campo en estudiantes universitarios aymaras que se sentían normalmente marginados y desvalorados por su procedencia indígena. Dangl también señala la sagacidad de estos activistas al difundir sus hallazgos a través de radionovelas que tenían amplia llegada al área rural, la agudeza de utilizar el idioma aymara para comunicar estas ideas en tiempos de dictadura y represión, y la rememoración de los métodos de lucha de Tupaj Katari durante los bloqueos de caminos. En otras palabras, Dangl nos relata todo un conjunto de experiencias que van mas allá del papel o la declaración fría y permite al lector explicar el éxito de estos movimientos para legitimar su lucha política, desafiar la narrativa histórica oficial, y penetrar en la narrativa estatal.Su escritura no oculta su compromiso con la lucha de estas organizaciones. Sin embargo, Dangl analiza las prácticas de estas organizaciones con ojo crítico y mesurado. Al analizar los bloqueos de caminos, rescata los métodos de organización comunitarios y de turnos, pero también apunta la presión ejercida sobre el individuo para participar en los bloqueos. Una persona que no participe es vista como traidora y encuentra el ostracismo dentro de su comunidad. Aunque el autor no analiza la participación política de las mujeres en profundidad, su acercamiento ya constituye un aporte, pues los estudios sobre las organizaciones políticas de mujeres en Bolivia son prácticamente inexistentes. Dangl rescata el legado de Bartolina Sisa (quien fue la compañera de Tupaj Katari en el siglo XVIII) que dio a las mujeres aymaras la validación y legitimidad política para organizarse. Aunque este legado permitió a las mujeres tener un rol “afuera de la cocina”, como afirma una de sus entrevistadas, Dangl señala que esto no las ha librado de que los compañeros monopolicen el micrófono en sus reuniones ni del tono condescendiente con el que ellos se refieren a ellas.Una de las críticas que puedo hacer al libro es que Dangl nos deja con sabor a poco, pues su trabajo concluye en 2006, el momento en el que Evo Morales llegó a la presidencia. Dangl deja pendiente la tarea de analizar la compleja y no siempre feliz relación entre el autodenominado primer presidente indígena y las organizaciones de tierras altas. En el epílogo, Dangl resalta la manera en que el gobierno de Morales incorporó muchos de los insumos narrativos de las organizaciones indígenas para instalarlas en el seno mismo del Estado. Rescata el hecho potente y simbólico de que el presidente Morales haya designado al primer satélite boliviano con el nombre de Tupaj Katari. Además, subraya la creación de un Viceministerio de Descolonización. Todos estos elementos nos hablan del intento por recuperar la historia indígena como parte fundamental y constitutiva del nuevo Estado plurinacional. Sin embargo, Dangl no profundiza en la erosión que sufrieron las organizaciones indígenas en términos de independencia política después de 2006, ni en los múltiples intentos de cooptación y/o marginación de sus líderes.

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