Abstract
On September 30, 2010, discontented police officers and military troops plunged Ecuador into a political crisis as they took President Rafael Correa hostage, seized airports, and stormed the National Assembly building. In response, Correa declared a state of emergency and denounced what he termed a coup attempt. To outside observers, what appeared to be in process was yet another potentially extraconstitutional transfer of power in Ecuador’s tumultuous political history, with some pointing to the presence of the heavy imperial hand of the United States. Some grassroots activists, however, cast the political disruptions as little more than a labor dispute that Correa manipulated to entrench his increasingly authoritarian control over the country. At play in these competing narratives were debates over what political and economic direction Ecuador should take and whose interests those developments would benefit. Furthermore, the September 30 protests raise questions of how various domestic and international actors opportunistically exploit political developments to advance their own competing interests. Analyzing these events leads to a deeper understanding and appreciation for the compromises local social movements make, as well as the difficulties inherent in building transnational solidarity networks. El 30 de septiembre de 2010, tropas militares y oficiales de la policía descontentos sumieron al Ecuador en una crisis política al tomar como rehén al Presidente Rafael Correa, ocupar aereopuertos y asaltar el edificio de la Asamblea Nacional. En respuesta, Correa declaró un estado de emergencia y denunció lo que él consideró un intento de golpe de estado. Para los observadores externos, lo que parecía que estaba ocurriendo era un nuevo intento de cambio de poder potencialmente extra constitucional en la tumultuosa historia política del Ecuador, y algunos llegaron a señalar la presencia de la pesada mano imperial de los Estados Unidos. Algunos activistas populares, sin embargo, vieron las perturbaciones políticas como poco más que una disputa laboral que Correa manipuló para afianzar su control cada vez más autoritario sobre el país. En juego en estas narrativas antagónicas estaba el debate sobre qué dirección política y económica el Ecuador debería tomar y a quiénes beneficiarán esos desarrollos. Además, las protestas del 30 de septiembre suscitan interrogantes sobre cómo varios actores domésticos e internacionales explotaron de manera oportunista estos desarrollos políticos para adelantar sus propios intereses antagónicos. El análisis de estos acontecimientos nos lleva a un mejor entendimiento y apreciación sobre las conceciones que los movimientos sociales locales tienen que hacer, y también sobre las dificultades inherentes en la creación de redes de solidaridad transnacionales.
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