Abstract

Nueva Zelanda, lugar de edición de esta obra, es un país relevante en espacios multilaterales que se ocupan de deporte, género, cultura indígena y fuentes de energía renovable. También es un país destacado en una nueva área de la política internacional poco estudiada en América Latina y el Caribe: la diplomacia científica, actividad que reune dos términos aparentemente incompatibles. Por una parte, la ciencia cuyos actores motivados por su curiosidad y la opción racional de aceptar cambios, principalmente a través de la implementación de métodos de investigación científica. Por otra parte, la diplomacia movilizada por actores que expresan los intereses nacionales y objetivos de la política exterior de los estados (A. Cooper, Heine, & Thakur, 2013; Jacobs & Page, 2005). La diplomacia científica es un mecanismo de diálogo entre científicos y políticos destinado a promover intereses nacionales en áreas del conocimiento, significado éste que es asumido por los compiladores Davis y Patman. Ellos, en efecto, reconocen las contribuciones de la evidencia científica en la formulación de política exterior para brindar respuestas a problemas complejos de la agenda mundial como, por ejemplo, enfermedades infecciosas, escasez de alimentos y cambio climático.

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