Abstract

La conversión del arte en plataforma ideológica puede ser una moda que sacrifique la autonomía del arte a nuevas formas de heteronomía sin sentido. De ese modo la crítica y la resistencia se convierten en retórica y dependencia, como la integración del arte más rebelde en los grandes centros y eventos al servicio de la industria cultural y del turismo, y en el coleccionismo especulativo. La rebeldía estética se ha convertido en muchos casos en una impostura perfectamente integrada en la sociedad del espectáculo, incluyendo un arte kitsch que parodia la transgresión creativa. En este artículo revisaré algunos ejemplos de las dos actitudes más antagónicas: la conversión del arte en activismo político con Joseph Beuys, el body-art, y Ai Weiwei y el arte chino actual; en el polo contrario, la transgresión integrada de Jef Koons, Damien Hirst y la firma comercial Benetton.

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