Abstract
La memoria, como relato que revela las huellas que los acontecimientos históricos dejan en un colectivo, se negocia dentro de dicho colectivo para dar cuenta de su espíritu, de su identidad. De esta manera, los diálogos interculturales, que permiten dinamizar las culturas que dialogan, se construye a partir de la comprensión que cada cultura tiene de sí misma y de la otra, con fundamento en los relatos.La memoria se usa, entonces, para administrar el tiempo y para dosificar el olvido, con el propósito de realizar pactos con la vida. Entre una memoria literal y una memoria ejemplar, las culturas se debaten para ir venciendo el miedo que produce amnesia, y la hipermemoria que impide el perdón.No hay posibilidad de acción colectiva sin vínculos identitarios, sin memoria vinculante, sin el sentimiento de pertenencia a un relato donde cada quien se ubica en un mapa simbólico. Y, al mismo tiempo, no hay dinámica productiva si los elementos con los cuales se construye la identidad no se dejan interrogar por aquello que existe fuera de sus fronteras simbólicas.Una comunidad que se da críticamente una memoria puede actuar sobre su futuro, es decir, es una comunidad que puede trazar un proyecto en una función perlaborativa de la memoria.
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