Abstract

La firma del Tratado de Versalles en junio de 1919 supuso la marginación formal, por espacio de poco más de una década (1919-1931), de la revolución mexicana respecto de la Sociedad de Naciones, referente institucional del efímero sistema internacional de entreguerras. A un siglo de distancia, prevalece cierta ambigüedad y confusión en relación con las motivaciones de tal decisión entre las potencias de París, con lo que resulta aún más difícil de entender, en primer lugar, el sostenido retraimiento mexicano frente a la llamada Ginebra Internacional; y, después, transcurridos casi diez años, la inquietud por una colaboración dentro de los márgenes reales del multilateralismo y del sistema de seguridad colectiva operante. Este importante giro, como lo demostrará el presente artículo, tuvo que ver con un proceso lógico –aunque complicado– de normalización de relaciones emprendido por el régimen posrevolucionario mexicano tan pronto pudo hacer frente, con gradual eficacia, a reclamaciones y temores externos de diversa naturaleza; pero también, y esto no fue menos difícil, con las formas en exceso sutiles y cuidadas de su diplomacia para evitar un agravio reiterado a su figura internacional. Se apreciarán, finalmente, los términos de negociación directa en torno al ingreso de México en la Sociedad de Naciones, estimando sus beneficios y significado inmediatos para ambas partes.

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