Abstract

Medellín fue considerada la ciudad más violenta del mundo durante los años noventa con una tasa de homicidios superior a 370 por cada 100 000 habitantes. En las últimas tres décadas, los asesinatos en la ciudad disminuyeron en un 90 %. Esta transformación ha sido celebrada internacionalmente como un ejemplo de gobernanza local exitosa de centros urbanos que sufren altos índices criminales. Ahora bien, este artículo sostiene que dicha recuperación –catalogada por algunos como “milagro”– no fue sólo producto de acciones exitosas del gobierno local, sino también el resultado de dos factores más: primero, la política del Estado colombiano a nivel nacional para fortalecer su aparato de seguridad y desmantelar grupos ilegales armados; y segundo, los acuerdos informales entre las autoridades y las bandas locales, así como la decisión de estas últimas de evitar confrontaciones violentas para facilitar la extracción de sus rentas ilegales.

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