Abstract

Este trabajo pretende abordar el estudio, desde planteamientos cercanos a la historia de las instituciones, de uno de los oficiales municipales más desconocidos. Nos referimos al contador, que se encargó del control y fiscalización de los ingresos y gastos en los principales ayuntamientos españoles desde la Baja Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX. Una vez analizado su origen, relacionado con la creación de la Contaduría de Cuentas de la Real Hacienda a mediados del siglo XIV, y con la necesidad de fiscalizar las cuentas presentadas por los mayordomos y recaudadores, se aborda su presencia y evolución a lo largo de todo el Antiguo Régimen en algunas de las más importantes ciudades castellanas, caso de Sevilla, Córdoba, Jaén, Murcia, Madrid o Toledo, y en las de la corona aragonesa, estableciendo las diferencias y similitudes entre los contadores castellanos y los racionales, oidores de cuentas y otros oficiales de esa Corona. Para ello se utiliza básicamente la bibliografía específica aparecida en los últimos años sobre las haciendas municipales en España en ese período, completando esta visión de conjunto con el examen del contenido de las ordenanzas y ordenaciones municipales aprobadas en la época, que han sido muy poco utilizadas hasta ahora para planteamientos metodológicos como el perseguido en este estudio. Una vez realizada esa visión general, se analizan algunas características esenciales que configuran el oficio de contador municipal. En concreto nos detenemos en el tiempo que desempeñaban ese oficio, en el sistema de nombramiento, en el juramento realizado al tomar posesión, en su número, en su salario, en las cualidades exigidas para ser contador, y en sus funciones. Entre éstas últimas se encontrarían el examen de las cuentas municipales, el registro de las libranzas y el control de los ingresos. Estas funciones básicamente son las que actualmente desempeñan los interventores de la Administración Local. Pero en los cinco siglos anteriores pocos ayuntamientos, como Toledo, llegaron a disponer en sus plantillas de contadores profesionales que ejercieran su cargo de por vida y con salarios dignos, siendo lo habitual que este oficio fuera uno más de los sorteados cada año entre los regidores municipales, que limitaban sus funciones al examen de las cuentas presentadas por los mayordomos y administradores durante uno o varios días al año, careciendo por lo general de preparación específica.

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