Abstract

Durante el gobierno de Luis Mier y Terán, la ciudad de Oaxaca comenzó a vestir sus espacios públicos con esculturas que representaban a héroes locales. Benito Juárez García fue la primera figura eternizada en bronce. Los objetivos de este artículo son abordar el momento político en el cual se realizó la escultura del Benemérito elaborada por Miguel Noreña en 1885, los símbolos de su pedestal, el lugar que ocupó dentro del espacio público de la capital oaxaqueña, la controversia que se generó por su traslado a Guelatao en 1895, la respuesta que los habitantes dieron a la estatua y la nueva escultura de Juárez que se erigió en la ciudad sureña. El estudio de este caso permite acercarnos a la escultura como otro elemento desplegado por los gobiernos, en este caso el de Oaxaca, en mi opinión, para secularizar los espacios públicos, pero también para construir un discurso colectivo de la historia de la entidad a través de héroes locales, proceso que se estaba dando en otros países de América Latina.

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