Abstract
Gabriel Miró con «El Sepulturero» (1910) opta deliberadamente por una escritura que lo sitúa en la corriente del humorismo negro que pronto van a celebrar los mismos surrealistas. Le asigna a la Literatura una misión de ludismo, lo que, sin embargo, no le quita su poder de crítica sarcástica de lo coercitivo que resalta de la sociedad española de la época.
Highlights
En 1910, Gabriel Miró no duda en cavilar sobre un personaje social cuya función imprescindible no llama, de buenas a primeras, la atención del público, pero que, como cualquier otra, puede merecer un calificativo laudable
Gabriel Miró deliberately chose a writing that places him in the current of black humor
that will soon be celebrating by the same surrealists
Summary
En 1910, Gabriel Miró no duda en cavilar sobre un personaje social cuya función imprescindible no llama, de buenas a primeras, la atención del público, pero que, como cualquier otra, puede merecer un calificativo laudable. Se trata del sepulturero.[1] Así como hay un buen labrador, un buen cubero, un buen Sancho, también hay «un buen cavador» (179).
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