Abstract
En el presente texto se aborda el tratamiento de la violencia en la película griega Canino (Kynódontas, Yorgos Lanthimos, 2009). En concreto, trata la presencia de la violencia objetiva – aquella que Žižek considera invisible a nuestra mirada e inherente a un estado “normal” y pacífico de las cosas– en la imagen cinematográfica. A través del contraste de elementos opuestos en la forma –composición, iluminación, color– y en el contenido –contexto de la escena– descubrimos un lenguaje visual cinematográfico basado en la contención; en una violencia que se ejerce pero que no es posible ver a primera vista. Esta caracteriza una sociedad que, como señala Han, elimina la negatividad para suplirla por positividad y que finalmente nos devuelve, paradójicamente, una imagen perversa.
Highlights
This paper deals with the use of violence in the Greek film Dogtooth (Kynódontas, Yorgos Lanthimos, 2009)
It focuses on the presence of objective violence –which Žižek considers invisible to our eyes and inherent in a “normal” and peaceful state of things, in the cinematographic image
Through the contrast of optical elements in the form and content we discover a visual cinematographic language based on containment; in a violence that is exercised but not seen at first sight
Summary
En 1954 Graham Greene escribió el relato corto Los destructores (The destructors)[2]. Los chicos comienzan por las estancias interiores –desde fuera es imposible apreciar el caos que se produce tras las paredes–, para terminar, como último gesto, con la fachada. Como la fachada del inmueble que sostiene la casa y esconde el caos interno, esta violencia permanece soterrada tras una máscara y se ejercita en el contraste. Como indicaría Byung-Chul Han, suprime toda negatividad: la del golpe, la de la sangre. La preocupación de los chicos por que el señor Thomas no pase una mala noche mientras destruyen su casa es, quizá, el acto más perverso del relato. Lo terrorífico del relato de Greene no recae en el acto de la destrucción de los objetos materiales en sí, sino en la corrupción de la inocencia y de lo bello por medio de una fuerza invisible enmascarada de positividad. La violencia se redirige a uno mismo, desaparece la diferencia entre explotadores y explotados[12] y, como consecuencia, la víctima es finalmente también cómplice del sistema[13]
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