Abstract

Argentina ha sido uno de los países americanos que notó un mayor flujo migratorio a lo largo de los siglos XIX y XX. La colonización empezada por los pobladores blancos europeos en el siglo XVI culminó con la creación del estado argentino en 1810, cuyos políticos decidieron dejar atrás todo el pasado colonial, rechazando no solamente el sistema del gobierno sino también todas las manifestaciones de las culturas autóctonas. En busca de la civilización miraron hacia centenarias culturas europeas y abrieron las puertas a todos sus representantes que quisieran poblar su territorio. Los europeos iban a traer consigo la cultura y de esa forma “civilizar” las tierras argentinas. Sin embargo, la realidad resultó ser diferente. Los que abandonaron Europa en pocos casos provenían de la clase alta de la sociedad. Pobres e incultos trabajadores arribaron a la costa argentina buscando una vida mejor. De una promesa de civilización se convirtieron en un peligro para la naciente identidad argentina. La dura realidad encontró su reflejo en la literatura. La inicial admiración hacia “el otro” que está visible en las obras de los grandes pensadores y legisladores de aquellos tiempos fue sustituida por la negación y la burla. Del símbolo de bienestar y de lo intelectual, “el otro” primero pasó a ser un objeto de broma, luego le fue asignado el papel del protagonista negativo, que constituía un elemento destructivo en la sociedad. Aunque con el tiempo el destructor se convertirá en su representante. Ya que personificará el origen de la nueva sociedad argentina.

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