Abstract

Constituye máximo privilegio y máximo responsabilidad de la profesión médica servir al hombre doliente atendiendo a su complejidad de ser biológico, social y espiritual. Para el cumplimiento de tal cometido es menester que cultive diversas y difíciles disciplinas científicas y que las aplique con arte, a la vez que ponga en juego los recursos del trato primoroso y la penetración psicológica. Lo logra en la medida que su vocación es auténtica, su competencia se basa en conocimiento efectivo y es iluminada por una concepción superior de la índole humana. De ahí que ya Hipócrates, en su famoso escrito La Ley, entendiera la medicina, si ejercida con amor, como cosa sagrada, que sólo debe impartir se a personas sagradas, esto es, dignas de respeto y veneración.

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