Abstract

Después de los excesos y de las contradicciones a las que condujeron los diferentes humanismos que caracterizaron a la Modernidad, tanto ilustrada como tardía, el pensamiento contemporáneo ha caído en un pesimismo, hasta cierto punto justificado, respecto a las potencialidades emancipadoras y humanizadoras de la racionalidad autónoma y crítica que caracterizó a esa época. El pesimismo actual reniega del ser humano como valor y como ideal, también con cierta razón, abriendo el camino a una era antihumanista y posthumana. Desde el punto de vista de la tradición cristiana se pretende recuperar el humanismo; no puede decirse que sea un nuevo humanismo pero sí uno originario. Lo que entenderemos aquí por humanismo cristiano es el resultado de la confluencia entre esas dos tradiciones que configuran el rostro de occidente, (Israel y Atenas). Este debe ser un humanismo autocrítico, mesurado y autolimitado, que bajo el concepto de creaturalidad –y la contingencia que de él se deriva– pretende revalorar al hombre en el marco más general de su finitud y de su necesaria conformidad con la ley natural; de esta manera se busca recuperar ambas raíces y pilares que han definido a la cultura occidental.

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