Abstract

El Reino de Asturias surgido tras la invasión musulmana desarrollará un discurso ideológico legitimador en el que la “continuidad” jugaba un papel fundamental. Continuidad tanto con el ideal hispanogodo perdido como con la propia línea dinástica. Entre los elementos que tendrían gran relevancia en la visión política y la construcción ideológica del naciente reino, destaca el diseño de una memoria regia a través del uso de los espacios de enterramiento reales como instrumento propagandístico de estabilidad del linaje y continuismo legitimador. La construcciónde de un panteón regio en cronologías bien tempranas contribuye a cristalizar la idea de un “linaje” o “dinastía regia” consciente, estable y con vocación de perpetuidad. Esto hace del panteón un depósito material de la legitimidad astur y verdadero monumento al linaje; fijándose en su plasmación arquitectónica modelos de conducta entre la casta regia y hasta tipologías artísticas que perdurarían, repitiéndose más adelante y asociándose en la mentalidad a estructuras de memoria funeraria y sobreviviendo incluso al traslado de la corte (que obligaría a erigir nuevos panteones) y hasta al acceso al trono de nuevos linajes.

Highlights

  • [en] Constructing a Memory of the Royal Lineage

  • El modelo funerario del panteón colectivo real y dinástico no resultaba operativo, y será el momento a partir de cual proliferarán los mausoleos individuales de los monarcas hispanos dispersos por el territorio del Reino: desde Sahagún a Granada, pasando por Toledo, Santiago de Compostela, Las Huelgas, Sevilla, Córdoba, la Cartuja de Miraflores o Guadalupe

  • Antonio de Corónica general de la Orden de San Benito, Valladolid, 1617

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Summary

Antecedentes visigodos

A diferencia de otros casos europeos, es posible que no se pueda hablar de un panteón estable de la Casa Real española hasta bien avanzada la Modernidad, con la construcción de San Lorenzo de El Escorial[6], pues el modelo de enterramiento de los monarcas castellanos va a estar marcado por la dispersión de tumbas personales antes que por la concentración de éstas en un cementerio dinástico como el que ofrecen otras monarquías europeas de la época al estilo de Saint-Denis o Westminster[7]. Para una descripción y análisis más extenso de todas estas noticias disponibles, con referencias a cada uno de los monarcas, véase la nota anterior, así como Id.: “El panteón de los reyes de Asturias”, pp. El silencio cronístico contemporáneo a los reyes visigodos respecto a sus lugares de enterramiento delata la falta de rendimiento ideológico o “utilidad política” que se les podía atribuir a su época; a la vez que en el sentido opuesto los añadidos a partir del siglo XII a los textos revelan que para entonces ya se tiene conciencia del provecho que para los intereses diocesanos de Pelayo tenían las sepulturas regias. Descartamos aquí por su aún menor fiabilidad las referencias al enterramiento de reyes como Recaredo, Tulga, Ervigio o Egica en la ciudad de Toledo, en la iglesia de Santa Leocadia[19], que sería considerado un hipotético panteón regio visigodo en. Acerca del enterramiento allí de los reyes Sisenando y Witiza[21], y el tiempo transcurrido entre uno y otro y la cantidad de reinados de diferentes linajes impiden que consideremos el templo toledano como un panteón[22]

La continuidad de la primera etapa del Reino de Asturias
La innovación de Alfonso II: el panteón como instrumento ideológico
La prolongación leonesa
El epílogo de la dinastía jimena o pamplonesa
Conclusiones
Bibliografía
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