Abstract

En La aldea perdida (1903), de Armando Palacio Valdés, encontramos un buen muestrario de los principales planteamientos anti-industrialistas del momento. De hecho, la novela enlaza con el anti-industrialismo “fin de siglo” y también con los recelos del catolicismo social español frente al mundo industrial. Sin embargo, su fuerte componente anti-industrialista quedó muy difuminado en la adaptación cinematográfica llevada a cabo por Sáenz de Heredia en 1948, en pleno primer franquismo: eran años en los que la retórica oficial agrarista se combinaba con una orientación abiertamente industrial de la política práctica.

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