Abstract

La teorización de la migración se fundamenta como fenómeno social que se ha desarrollado en función de los entornos estructurales percibidos bajo ciertos supuestos intrínsecos a las aspiraciones del individuo (Azose & Raftery, 2019). Es así que existen varias contribuciones en este campo, como la teoría de migración de Lee (1966), la teoría de los sistemas de migración de Mabogunje (1970), el modelo de la gravedad de Zipf (1946) o la teoría clásica de la migración laboral de Massey (1990). Todas estas contribuciones teóricas han planteado un conjunto de factores económicos, sociales, demográficos, hasta culturales como los determinantes de la migración. Aunque dichas contribuciones han sido positivas para el avance de estudios empíricos, aún existen relaciones por determinar debido a la gran complejidad que encierra este fenómeno (De Haas, 2021). A partir de los paradigmas teóricos se ha impulsado un extenso debate sobre las tendencias, determinantes y efectos de la migración, tanto regional como internacional, en sus formas regulares o irregulares, enmarcadas en las heterogeneidades estructurales de las sociedades (Echeverría, 2020). Generalmente, la idea central en la que se basan los estudios de la migración es que este fenómeno es resultado de las diferencias entre el desarrollo y prosperidad económica entre distintas ciudades, regiones y países (Davidescu et al., 2017).

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