Abstract
La democracia chilena vive en una contradicción. Mientras los indicadores económicos y de estabilidad política destacan a nivel internacional, la participación electoral y la representación política experimentan un evidente déficit. Si bien el estallido social del 18 de octubre de 2019 tomó por sorpresa a la clase política, existían antecedentes para anticipar- aunque sin precisión exacta- una revuelta social de esta envergadura. En este artículo sugiero cuatro “crisis” que explican la convulsión social del país. Primero, una crisis de participación que se vio agudizada por la instauración del voto voluntario en 2012. Segundo, una crisis de representación reflejada en la menor adhesión a partidos y en la pérdida de confianza a instituciones claves de la de democracia (gobierno, tribunales, congreso). Tercero, una crisis de confianza en instituciones de orden público y de orden social (Carabineros e Iglesias). Cuarto, una crisis de probidad pública y privada reflejada en el incremento de casos de financiamiento irregular de las campañas políticas y colusiones empresariales.
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