Abstract

Pertenecemos a unos tiempos donde todo es cuestionable y opinable, en los que la verdad parece estar amenazada. Se da cumplimiento a la admonición de Gramsci: “Lo nuevo no acaba de nacer, lo viejo no acaba de morir, y en estos claroscuros surgen los monstruos”. El pragmatismo de nuestra época prefiere la mentira útil al valor moral de la verdad, y manipula emociones que el público no es capaz de detectar ni tiene tiempo de valorar. “Vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición”. Para definir este tipo de farsa se utiliza el término posverdad, que se presenta como una verdad interpretable, que no responde a hechos demostrables, y como un producto más de consumo, una verdad aparente a gusto del hombre posmoderno. En la era de la posverdad, las escuelas deben ayudar a los estudiantes a saber discernir la información que reciben de los medios y a aprender a buscar evidencia de la verdad. Este tipo de destrezas de evaluación son, en la actualidad, más necesarias que nunca, dado el amplio acceso a los medios digitales de que disponen los alumnos. Si los niños son el futuro, el futuro podría estar muy mal informado, pero ¿podemos hacer algo?

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