Abstract

La práctica de la evaluación, en tanto que actividad formal, se ha caracterizado y se caracteriza aún por tres elementos clave: (i) el predominio del razonamiento basado en criterios y estándares, (ii) la apuesta por la utilización de tests y otras pruebas cuantitativas y (iii) la consideración de que la calidad es un atributo intrínseco de los programas. En la misma línea, la formación que se imparte desde los centros de evaluación se ha centrado principalmente, en la enseñanza de modelos y enfoques metodológicos. Esta perspectiva presenta importantes limitaciones a la hora de determinar la eficacia de un sistema educativo. Se hace, pues, necesario recuperar otra clase de razonamiento que, con frecuencia ha sido denostado: el conocimiento episódico, que insiste en que la calidad de un programa está íntimamente vinculada a las percepciones y a las experiencias del evaluador acerca del mismo y que sitúa al programa en su contexto. Ambos tipos de razonamiento son necesarios; su combinación e integración como si de las dos caras de una moneda se tratase, la “visión binocular”, vendría a convertirse en la mejor apuesta para el evaluador y para la evaluación.

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