Abstract

Desde que la Inteligencia Emocional (IE) fue desarrollada en 1990 (Salovey y Mayer, 1990), era cuestión de tiempo que se desarrollaran aplicaciones como en la educación, entre otros. De hecho, proliferaron programas específicos de IE, de menor temporalidad y de complicada incardinación en los proyectos de centro. Sin embargo, hay una alternativa a realizarlo de forma inespecífica y de mayor duración y viabilidad. El presente trabajo se basa en una propuesta teórica como base para el desarrollo de la IE en la educación obligatoria. Partiendo del modelo cognitivo de habilidades mentales de Cattell-Horn-Carroll, se observa que las capacidades que son fomentadas en la educación obligatoria son las mismas que se observan en el segundo estrato del modelo; además trabajos recientes (véase Mestre, MacCann, Guil y Roberts, 2016) han señalado que dichas capacidades del segundo estrato están conectadas a las capacidades de la IE. Por consiguiente, toda actividad educativa que optimice la percepción, la comprensión, el control atencional o la planificación cognitiva está incidiendo en el desarrollo de la IE. Para ello, se insta a utilizar de forma transversal la introducción de información “hot” –aquella con significado existencial para un sujeto– en el contenido de las asignaturas (Mayer, Caruso y Salovey, 2016). Las asignaturas de ciencias y ciencias naturales favorecen el desarrollo de la percepción consciente y precisa, incluida de las emociones. Por su parte, las ciencias sociales y las humanidades fomentan la comprensión. Finalmente, las diferentes contingencias que se producen en la vida escolar son escenarios idóneos para el entrenamiento de la regulación de las emociones.

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