Abstract

Este artículo aborda una interpretación del concepto del agua como bien común, concepto importado de España por las autoridades coloniales a la ciudad de Lima desde los primeros momentos del virreinato peruano. Frente a las necesidades de salubridad, la valoración del agua en estos términos impulsó la construcción de una importante obra pública hidráulica, tal como había sucedido en la Europa clásica y en la España renacentista. Se trata de explicar cómo se trasladaron a América los conocimientos técnicos de Occidente, que en este caso se debieron a la experiencia acumulada de ingeniería hidráulica que poseían los castellanos que llegaron a Lima. Pero en esta ciudad, fundada en un espacio geográfico carente de lluvia, el agua resultaba escasa e insalubre. La presencia de un manantial, algo alejado de la ubicación de la ciudad, permitió que las autoridades, no sin el beneficio de algunos grupos de poder, abastecieran de agua saludable a la creciente población que enfermaba por consumir agua contaminada del río Rímac, que discurría al pie de la ciudad. La ejecución de esta obra pública demandó la imposición de tributos (sisas) para financiar la infraestructura del sistema: un almacén para la captación desde la fuente, un acueducto troncal, caños derivados y una pila en la Plaza Mayor. Avatares financieros causaron retrasos en la captación, infraestructura y distribución del agua de beber, cuya obra no llegó a terminarse hasta la oportuna intervención del virrey Toledo, quien empeñado en concluirla buscó soluciones y logró inaugurarla en 1578.

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