Abstract

Casi ochenta años después del establecimiento de la estructuración internacional levantada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la intensificación de conflictos regionales en lugares críti-cos desde el punto de vista geopolítico, hoy se presenta más que nunca como amenaza para la vida. La guerra que hoy se gesta en territorio ucraniano, desatada por el incesante acoso de Esta-dos Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia, forma parte de lo que se han denominado guerras proxy o guerras por encargo insertas en la creciente irra-cionalidad estratégica de la riesgosa diplomacia de fuerza de EE UU para enfrentar su cada vez más pronunciado declive hegemónico. La apertura de frentes de guerra, en territorios como Ucra-nia o Palestina, que no son más que frentes paralelos de una única guerra global, no solo aumen-tan la probabilidad de una devastación terminal, por la irracional y omnicida búsqueda de la supremacía nuclear como parte fundamental de la “gran estrategia” estadounidense, sino que se desarrollan en medio de un colapso climático capitalogénico que ha dejado evidencias claras de que el planeta no cuenta con suficiente atmósfera para lidiar con las desastrosas consecuencias del capitalismo como sistema social

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