Abstract

Una iglesia debe tener el rostro y el corazón de la tierra y del pueblo en el que se destaca. Para proyectar los espacios para el culto, es importante sumergirnos en la vida de las personas, compartir sus visiones y verdaderas aspiraciones y conocer el lenguaje de sus corazones a través de la observación de la naturaleza. La experiencia en África nos ha sugerido la expoliación de cualquier perjuicio para dar la bienvenida a la novedad de un mundo virgen, capaz de inspirar, en su simplicidad, la formas más esenciales y verdaderas, sin artificios y reminiscencias de otros mundos.

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