Abstract

La escritura pública construye vínculos sociales, como ocurre en San Felipe de Aconcagua, entre su fundación (1740) y el orden de los archivos que realiza un escribano en 1836. Más allá de registrar eventos importantes para la ciudad, la actividad de los escribanos, o de quienes aseguran sus registros, muestra que en este periodo la cultura y la práctica jurídicas se transmiten cotidianamente e importan a todos. Igualmente, que los autores y custodios de las escrituras y de los archivos notariales intervienen en el ámbito judicial, político y cultural de la jurisdicción, desde sus trayectorias, afectos y experiencias. Esta humanización de la figura del escribano diluye los estereotipos asociados a su rol y enriquece la comprensión del proceso de “levantar villa”.

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