Abstract

El virus de la hepatitis C (VHC) fue identificado en 1989 por Michael Houghton y se consideró como el origen de la mayoría de las hasta entonces denominadas hepatitis no-A no-B1,2. A día de hoy, constituye un problema de salud pública de gran magnitud en todo el mundo dado su alta prevalencia y elevada evolución hacia la cronicidad, convirtiéndose en una de las principales causas de trasplante hepático3. La incidencia y prevalencia de la infección por VHC entre los pacientes sometidos a hemodiálisis a menudo es mayor que en la población en general4. A pesar de que el control de la infección intrahospitalaria ha mejorado gracias a las múltiples líneas de investigación dirigidas a optimizar las medidas de bioseguridad, el alto riesgo de sufrir daño hepático progresivo, cirrosis, fallo hepático o carcinoma hepatocelular, convierten a este virus en todo un desafío para las políticas sanitarias5.

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